*Por Francois Villanueva Paravicino
José Ortega y Gasset es uno de los pensadores españoles más interesantes del siglo XX. Hoy en día sus trabajos filosóficos, periodísticos o ensayísticos se continúan leyendo en las universidades de todo el mundo. En aquel libro interesantísimo La deshumanización del arte (1925), explora en el Arte Nuevo la tendencia a deshumanizar el arte. Es decir, este arte que se aleja de lo natural-humano en su representación. Aquel afirma: “Al extirparles su aspecto de la realidad vivida, el artista ha cortado el puente y quemado las naves que podían transportarnos a nuestro mundo habitual”. El arte que analiza no es sólo deshumanizado por no contener cosas humanas, sino que consiste activamente en esta operación de deshumanizar.
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Por ello, Ortega y Gasset recuerda que el arte, en su acepción clásica, es reflejo de la vida, es la representación de lo humano, etc. Por ello enfoca que la deshumanización del arte consiste en la despersonalización, puesto lo personal es lo más humano de lo humano. Ortega conceptúa la nueva estética como “arte para minorías”, literatura refinada de evasión que no sabe asimilar el vulgo. La deshumanización es para Ortega la superación de lo humano. Es el despojarse de la emoción y el patetismo, elementos de la naturaleza condicionada e instintiva. La emoción es un mecanismo similar a los procesos vegetativos que rigen las funciones biológicas del organismo y el arte que se fundamenta en estos mecanismos hace “juego sucio”. La emoción debe apartarse para dar paso a la intelección: “el arte ha de ser todo plena claridad, mediodía de la intelección”.
También Ortega y Gasset postula que el elemento más radical de deshumanización del arte es la metáfora, pues es la potencia más fértil que el hombre posee sobre sus dimensiones estéticas. Y como la palabra es para el hombre primitivo un poco la cosa nombrada, sobrevive el menester de no nombrar el objeto tremendo sobre lo que ha recaído tabú. De aquí que se designe con el nombre de otra cosa, mentándolo en forma larvada y subrepticia. Obteniendo en su forma más tabuísta, el instrumento metafórico puede luego emplearse con los fines más diversos, lo que se hace en el Arte Nuevo trascendentalmente. Uno de ellos, el que ha predominado en la poesía, era ennoblecer el objeto real. Uno mismo instinto de fuga y evasión de lo real se satisface en el suprarrealismo de la metáfora y en la que cabe llamar infrarrealismo. Es como dice Ortega y Gasset: “Al substantivarse la metáfora se hace, más o menos, protagonista de los destinos nuevos.”
Según el destacado filósofo español, la postura del Arte Nuevo es un arte para artistas, entendiendo a estos por tales no sólo los que producen este arte, sino los que tienen la capacidad para percibir valores puramente artísticos. La representación de la naturaleza había sido desde el Renacimiento el motivo y principal preocupación sobre todo en las artes. El arte occidental a principios del siglo pasado se encontraba en un callejón sin salida, y tanto el realismo como el naturalismo eran una pátina que recubría la visión insidiosa de la realidad burguesa. El Arte Nuevo, lejos de representar un tipo normal de arte, es tal vez la máxima anomalía del gusto. El Arte Nuevo repugna ante todo la confusión de fronteras. El Arte Nuevo es un fenómeno de índice equívoca, que, la verdad, es nada sorprendente, porque los equívocos son casi todos los acontecimientos y hechos de estos años en curso. Todos los caracteres del Arte Nuevo pueden resumirse en ésta máxima, el de su intrascendencia, que, a su vez, no consiste en otra cosa sino el de haber cambiado su colocación en la jerarquía de las preocupaciones o intereses humanos. Algunas de las características del Arte Nuevo, resumiendo, son: El carácter lúdico del arte nuevo, fundamentado en la ironía; su pretensión de ser sólo arte y nada más que arte; y el afán por rechazar cualquier transcendencia.
El ejemplo de la irrupción romántica que suele aducirse fue, como fenómeno sociológico, perfectamente inverso del que ofrece el Arte Nuevo. El romanticismo conquistó muy pronto “el pueblo”, para el cual el viejo arte clásico no había sido nunca cosa entrañable. El enemigo con quien el romanticismo tuvo que pelear fue una minoría selecta que se había quedado anquilosada en las formas arcaicas del “antiguo régimen” poético. Las obras románticas son las primeras, desde la invención de la imprenta, que han gozado de grandes tiradas. El romanticismo ha sido por excelencia ha sido por excelencia el estilo popular. Primogénito de la democracia, fue tratado con el mayor mimo por la masa. En cambio, el Arte Nuevo tiene a la masa en contra de la suya y la tendrá siempre. Es impopular por esencia; más aún, es antipopular. Entonces, Ortega y Gasset nos dice: “A mi juicio, lo característico del arte nuevo, ‘desde el punto de vista sociológico’, es que divide el público con estas dos clases de hombres: las que la entienden, y las que no la entienden”. Por lo tanto, el romanticismo sería un arte legible, entendible, digerible; mientras que el Arte Nuevo sería acaso un repertorio estético intraducible. El romanticismo era de raíz realista inmanentemente.
Entre el Arte Nuevo y el Arte Clásico, según la luminaria española, existe una relación de tipo amor y odio. El Arte Nuevo ama el arte deshumanizado, pero odia la tradición, aunque esta última acoge en su seno a las dos, el Arte Nuevo y el arte deshumanizado. En las conclusiones de Ortega y Gasset resaltan tres reflexiones principales: que el arte nuevo no ha hecho nada prácticamente que merezca la pena, que no hay marcha atrás en el camino de la deshumanización del arte y, por último, toma conciencia de la libertad creadora en los artistas como única dirección del arte (frente a la coacción social). Se dice que existe una influencia negativa del pasado para el Arte Nuevo y para el Arte deshumanizado.
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Francois Villanueva Paravicino
Escritor peruano (Ayacucho, 1989). Egresado de la Maestría en Escritura Creativa por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Estudió Literatura en la UNMSM. Ha publicado Cuentos del Vraem (2017), El cautivo de blanco (2018), Los bajos mundos (2018), Cementerio prohibido (2019) y Azares dirigidos (2020). Textos suyos aparecen en la antología Recitales “Ese Puerto Existe”, muestra poética 2010-2011 (2013) y en diversas páginas virtuales, revistas, diarios, plaquetas y/o, de su propio país o países extranjeros. Ganador del Concurso de Relato y Poesía Para Autopublicar (2020) de Colombia. Ganador del I Concurso de Cuento del Grupo Editorial Caja Negra (2019). Finalista del I Concurso Iberoamericano de Relatos BBVA-Casa de América “Los jóvenes cuentan” (2007).