*Por Francois Villanueva Paravicino
Desde que devorara obnubilado a los dieciséis años La muerte en Venecia (1912) por el rótulo de ser la novela de un Premio Nobel y sin haber escuchado nada sobre Thomas Mann (1875-1955), he creído firmemente que la literatura era el bello oficio de la frase estética, la intriga catártica y la preocupación artística. Desde aquella fecha la releí tres o cuatro veces, entusiasmado por la dicotomía de la moral (el bien y el mal) que sufre un viejo artista del verbo, como lo es Gustav Von Aschenbach, enamorado de lo prohibido (un niño hermoso). Aquel escritor ficticio y tan real ha vivido hasta entonces una trayectoria intachable, como intelectual, artista y figura pública, y aquella obsesión con la belleza de aquel muchacho (Tadzio), lo descoloca y lo convierte en un vulgar amante. Al leer aquella historia, se me impuso la grandeza de Thomas Mann como la de un autor imprescindible. Compré todo lo que estuvo a mi alcance de su obra, en especial las principales: Los Buddenbrook (1901), La montaña mágica (1924) y Doktor Faustus (1947).
El libro de 1901, Los Buddenbrook, es una tan ambiciosa novela, donde todo está trabajado con lucidez y pasión por reconstruir la historia (desde 1768 con la fundación de la Casa J.B. hasta la muerte de Hanno en 1877) de la decadencia de una familia de ricos comerciantes alemanes instalados en Lubeck, pues narra cinco generaciones de los Buddenbrook, aquella familia que otrora dirigiera los destinos de la Cámara de Comercio de Alemania. Thomas Mann tenía apenas veinticinco años cuando la vio publicada y era, como nosotros comprenderemos, un genio. Veintiocho años más tarde, ganaría el premio más importante en el mundo de la literatura, el Nobel, que calificaba sin desmérito esta novela como una obra universal.
Para mí, como lector, los hermanos de la cuarta generación están bien demarcados y que solo un espíritu de demiurgo excelso podría definir bien: Thomas Buddenbrook (el hombre de la familia que hereda la conciencia de sus grandes antecesores, pero que después se desmorona ante la crisis de los nuevos tiempos), Christian Buddenbrook (un hombre risible y gracioso por su aspecto como por sus actos, de gustos mundanos y bohemios, pues es el poeta y artista de la familia), y Tony Buddenbrook (la chica tonta de joven que abre cada vez muy lentamente los ojos, en el sentido que toma seriedad con la empresa familiar demasiado tarde, ante las desgracias de la familia; sin embargo, es simpática pero con mala suerte). Thomas Mann con una destreza de sabio novelista, de experto de la narración, nos sumerge en el auge y decadencia de los Buddenbrook, sus sueños, sus amores, sus negocios, su historia, su tradición, que no es sino otro rostro más de la Alemania de entonces.
En 1924, llegaría La montaña mágica, cuyos diálogos entre Hans Castorp y Settembrini y Naphta recuerdan los platónicos, preguntándose por las humanidades, la historia, la filosofía, la literatura, la masonería, la religión, el arte, el amor, y cuya frase de su protagonista principal, algo así como “un día sin un cigarrillo es monótona”, hiciera suyo el narrador de Solo para fumadores de Julio Ramón Ribeyro. Leía cien páginas diarias de esta novela sin perder el fervor de leer una obra maestra. Los acontecimientos de la historia transcurren el sanatorio para tísicos en Davos, ubicada en los Alpes suizos. La novela de por sí es trágica, por la muerte de los tísicos graves y algunos personajes rescatables como el primo de Hans Castorp, Joachim Ziemssen, o del jesuita Leo Naphta que se dispara en la cabeza luego de un reto por el honor con Settembrini. Quizás una de las temáticas de la novela sea la conversión verdadera hacia la filosofía cuando el hombre cae en un estado patógeno, enfermado y en una crisis vital, como acontece con el personaje central, Hans Castorp.
He leído también aquellas obras metaliterarias Doktor Faustus y Carlota en Weimar, inspiradas en Fausto y en Las cuitas del joven Werther, como tributos al grandioso Goethe (el símbolo de la literatura en Alemania), que no hace más que confirmar el talento y esfuerzo del autor que muy bien sabía la trascendencia de toda, y recalco toda, su obra. Tal era su pasión que en aquella segunda novela, la personaje que inspirara a Goethe, Lotta, llega a visitarle para rendir el merecido homenaje al autor de Las afinidades electivas por aquella nouvelle romántica que hizo, en su tiempo, que varios jóvenes se suicidaran por amor o por la infelicidad de sus vidas. Es decir, una obra artística adelantada a su tiempo, como todas las creaciones del genio alemán.
Autor: Marco (Anthropology and Practice). Aprende más sobre mi y estate al tanto de mis publicaciones en Instagram.
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Francois Villanueva Paravicino
Escritor peruano (Ayacucho, 1989). Egresado de la Maestría en Escritura Creativa por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Estudió Literatura en la UNMSM. Ha publicado Cuentos del Vraem (2017), El cautivo de blanco (2018), Los bajos mundos (2018), Cementerio prohibido (2019) y Azares dirigidos (2020). Textos suyos aparecen en la antología Recitales “Ese Puerto Existe”, muestra poética 2010-2011 (2013) y en diversas páginas virtuales, revistas, diarios, plaquetas y/o; de su propio país como de países extranjeros. Ganador del Concurso de Relato y Poesía Para Autopublicar (2020) de Colombia. Ganador del I Concurso de Cuento del Grupo Editorial Caja Negra (2019). Finalista del I Concurso Iberoamericano de Relatos BBVA-Casa de América “Los jóvenes cuentan” (2007).