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La respuesta a la sobreinterpretación: los límites de la interpretación

Por Francois Villanueva Paravicino

 Conversábamos con unos amigos escritores sobre la multiplicidad de interpretaciones que pueden hacer de una obra literaria los lectores, ya que muchos de ellos afirman que siempre una nueva lectura luego de cierto tiempo es diferente a la anterior, como si el tiempo y las nuevas experiencias surgiesen un efecto irrefutable. Por ello, aquel fenómeno de recepción lectora ha sido y viene siendo un gran problema de la crítica y teoría literaria.

En aquel libro audaz y renovador que es Los límites de la interpretación (1987) de Umberto Eco, que señala un hito decisivo en su labor crítica, el autor se convierte en objeto de su propio estudio y analista de sí mismo. Junto a Dante, Leopardi y Joyce, su interpretación de los principales intérpretes de grandiosas obras, le sirve para replantear cuatro grandes problemas de la semiótica e interpretación literaria moderna.

En Los límites de la interpretación, el excesivo dispendio de energía interpretativa, los criterios de economía de la lectura, y un ataque polémico a la práctica de la deconstrucción de Derrida, son las cuestiones debatidas en este libro, que trata de restablecer el equilibrio entre la intención del lector y la intención de la obra, dejando como inalcanzable la intención del autor.

Al propio tiempo, el escritor y filósofo italiano pretende demostrar que el principio de la semiosis (construcción de un signo) ilimitada no puede consistir en una derivación incontrolable del sentido. Si bien las interpretaciones de un texto pueden ser infinitas, no todas son buenas, y aunque no sabemos cuáles son las mejores, si es posible determinar las que resultan totalmente aceptables.

El texto, en la Introducción, nos dice: “Un texto flota en el vacío de un espacio vacío potencialmente infinito de interpretaciones posibles. Por consiguiente, ningún texto puede ser interpretado según una utopía de un sentido autorizado definido, original y final… Precisamente a través de procesos de interpretación nosotros construimos cognitivamente mundos, actuales y posibles… El texto interpretado impone restricciones a sus intérpretes. Los límites de la interpretación coinciden con los derechos del texto”.

Cabe resaltar que el autor de aquella grandiosa obra El nombre de la rosa (1988), donde afirmara que la principal educación que debe recibir un crítico literario es el estudio de lenguas extranjeras (para leer los libros clásicos en su idioma original), también afirma: “Solo pueden decir cómo un texto, que es una máquina concebida para suscitar interpretaciones, crece a veces sobre un territorio magmático que no tiene, o no tiene todavía, nada que ver con la literatura”.

O, por ejemplo, Umberto Eco destaca: “Como se ha visto en los ensayos precedentes, desde un punto de vista histórico se pueden identificar dos ideas de interpretación: Por una parte, se admite que interpretar un texto significa esclarecer el significado intencional del autor o, en todo caso, su naturaleza objetiva, su esencia, una esencia que, como tal, es independiente a nuestra interpretación. Por la otra se admite, en cambio, que los textos pueden interpretarse infinitamente… Interpretar significa reaccionar ante el texto del mundo a ante el mundo de un texto produciendo otros textos”.

Cabe resaltar que la publicación de Los límites de la interpretación fue una respuesta intelectual a uno de los libros que el mismo publicó y que lo llevó a la fama internacional en el ámbito académico: Obra abierta (1962), en el cual defendía la multiplicidad de interpretaciones que podía resistir un texto literario o una obra de arte. Es decir, al ver el fuerte malentendido que venía produciendo, pues muchos abusaron de aquella sugerencia erudita, tuvo que poner los puntos sobre las íes. Y lo hizo.

Francois Villanueva Paravicino

Escritor peruano (Ayacucho, 1989). Egresado de la Maestría en Escritura Creativa por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Estudió Literatura en la UNMSM. Ha publicado Cuentos del Vraem (2017), El cautivo de blanco (2018), Los bajos mundos (2018), Cementerio prohibido (2019) y Azares dirigidos (2020). Textos suyos aparecen en diversas antologías, páginas virtuales, revistas, diarios, plaquetas y/o; de su propio país como de países extranjeros. Ganador del Concurso de Relato y Poesía Para Autopublicar (2020) de Colombia. Ganador del I Concurso de Cuento del Grupo Editorial Caja Negra (2019). Finalista del I Concurso Iberoamericano de Relatos BBVA-Casa de América “Los jóvenes cuentan” (2007).