
El poeta y docente Ronald Edison Pérez Rondinel reflexiona sobre el poemario de Francois Villanueva Paravicino.
Cantera de fuego (Editorial Remo, 2025), del autor Francois Villanueva Paravicino, es sin duda un poemario que posee y mantiene un estilo ya marcado a lo largo de su trascendencia literaria. Este autor, experimentado en el oficio de la escritura, vuelve a publicar un poemario casi como quien prepara una sopa de letras en su propia cocina casera; aunque, claro está, refinado, pues Villanueva es un intelectual egresado de las mejores aulas del Perú. Y por si eso fuera poco, es también un escritor prolífico que publica con frecuencia; por ello, es casi seguro que, al despertar mañana y tomar el desayuno, encontremos un nuevo texto suyo en el mercado de nuestra ciudad.
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La primera vez que supe de Villanueva fue con su libro Cuentos del Vraem. En aquel entonces, yo era estudiante de la Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga, un amante de las letras que soñaba con seguir escribiendo y publicar algún día un poemario. Fue en esos días, fruto de la cotidianidad y el andar literario, que un amigo me dijo: “Te presentaré a un escritor de tiempo completo; es lector acérrimo, culto, erudito, como él no he encontrado ninguno; pero sé más conservado con él”. Así, nos dirigimos al café de siempre, esta vez acompañados por Francois Villanueva, de quien yo ya sabía su pasión compartida por las artes literarias mucho antes de conocerlo personalmente. Mi amigo, al presentármelo, fue casi un visionario en su forma de otorgar adjetivos: desde aquel día, Francois no ha dejado de leer, de publicar, de enamorar ni de beber el vino —la sangre de Cristo—. Por ello, quizá conozco algo más allá de sus líneas, pero no por eso dejaré de ser crítico al hablar de su última publicación, titulada Cantera de fuego.
Estructuralmente, este poemario consta de seis partes: Área de explotación, Talud, Máquina de carga, Caminos y vías de acceso, Planta de trituración e Instalaciones auxiliares. Cada sección reúne cinco poemas, que cantan a la aventura, al amor, a la muerte, al deseo, al placer; y, como todo poeta, Villanueva se sumerge en un mundo pasional y filosófico, siguiendo la huella de los grandes que nos dejaron caminos abiertos, quizá sobre los mismos temas, o tal vez sobre el único tema universal que ha acompañado al hombre en todo tiempo y lugar.
En el poema “Insectos”, escribe: “Y solo gritan con el sol que les incinera/ los mata de sed y les recuerda que nunca/ deben mirarlo de frente, como se mira a un par”. Estos versos no se refieren, en realidad, a los insectos, sino al propio hombre. Ante el ojo del poeta, el hombre es un insecto que observa el sol —esa imagen omnipotente— desde su inferioridad, aceptando la metáfora de su pequeñez. Francois Villanueva no es el primero ni el último en realizar esta comparación; recordemos, por ejemplo, a Kafka, quizá detonante de este poema, y también su propio libro Los placeres del silencio (2023), dedicado a los éxtasis literarios que marcaron su vida como lector incansable. Conviene señalar, sin embargo, que Villanueva no siempre es vivencial en sus poemas: muchas veces crea desde la lectura, y eso divide opiniones; algunos lo valoran, otros lo critican como “cartas de carpeta”. No obstante, nadie puede desmerecer la solidez de sus versos. El poema concluye: “Como tripulantes que estaban destinados/a hundirse en el más completo abandono, vacío/ que les recordó que solo son insectos de la pradera”. No hay pesimismo aquí, sino aceptación: el deber del poeta es recordar esas verdades profundas que todo hombre siente, pero olvida en la distracción de lo cotidiano.
En “Decapitación”, Villanueva inicia con un epígrafe de Javier Heraud: “bajo cada vez más furiosamente”. Desde el inicio, evoca inevitablemente el poema “El río” de Heraud. El texto de Villanueva abre así: “El río es una espada que decapita/ a los que se le cruzan en el camino”. El poeta metaforiza la muerte-río, compara el cauce indetenible con el destino fatal que no perdona a nadie. El poema termina con estos versos: “Que nunca recordarán… Por eso yo digo/ que el río de la vida es como el río salvaje/ que ahoga al iluminado del que se enamoró”.
Aquí, Villanueva enlaza la idea de la muerte con el final de quien se ha enamorado de la vida. En “Tiniebla”, otro de los poemas del libro, se lee: “Porque el espejo donde se reflejaba mi figura/ era la de Judas sujetando un cuchillo afilado/ y yo tuve miedo de mí, de aquel que vendió/ a su dios por unas monedas o que, es posible,/ cumpliera el designio de la naturaleza divina,/ la que le señala los caminos de la existencia”. Villanueva explora el Judas que todo hombre lleva dentro y el destino que marca la existencia, invitando al lector a detenerse en la noción de predestinación y a mirar al culpable desde otra perspectiva.
Cantera de fuego confirma la creatividad de Francois Villanueva Paravicino y su capacidad de construir imágenes con el rigor de un arquitecto de la palabra. Invito a leer este poemario con mente abierta y lectura atenta, pues si bien la poesía exige mayor complejidad que otros géneros, aquí se encuentra la voz de un escritor culto, que recurre con frecuencia a vocablos rebuscados y referencias mitológicas para dar forma a sus versos.

