
*Por Francois Villanueva Paravicino
El dominio literario de un escritor «sometido a un dominio técnico severo» y que alcanzó la gloria por sus «cuentos más estrictos» y no por sus novelas, según relata Gabriel García Márquez, evocan al Hemingway narrador de cuentos. El joven novelista colombiano que tuvo un furtivo encuentro con Hemingway en París y al que saludaría entonces como “maestro”, recordaría muchos años después que aprendió del estadounidense que «no es cierto que el periodismo acabe con el escritor, como tanto se ha dicho, sino todo lo contrario, pero a condición de que se abandone a tiempo». El Hemingway periodista no era el mismo que el demiurgo, pues en el último caso era un maestro que se dedicaba con toda la disciplina posible a elaborar mundos ficcionales perfectos, o imperfectos con su famosa técnica del iceberg, donde declaraba en una entrevista: «Yo siempre trato de escribir con el principio del témpano de hielo, que conserva 7/8 de su masa debajo del agua. Uno puede eliminar cualquier cosa que conozca y eso fortalecerá el témpano de uno. Es la parte que no se deja ver. Si un escritor omite algo porque no lo conoce, entonces hay un boquete en el relato».
Autor: Marco (Anthropology and Practice). Aprende más sobre mi y estate al tanto de mis publicaciones en Instagram.
Así, Philip Young, uno de los mejores críticos de Hemingway, dice que “lo que más se ha imitado en Hemingway es el estilo de su prosa”, y establece como principal característica “una delicada sencillez en el vocabulario y en la estructura de la frase. Las palabras usadas son normalmente cortas y corrientes, de lo que resulta una austera sobriedad y una curiosa frescura”. Por otro lado, se le reconoce como un maestro del diálogo, pues “Hemingway tiene un oído que coge, como una trampa, todos los acentos y expresiones del humano lenguaje”, dando vida rápidamente al personaje al reducir el diálogo al lenguaje espontáneo; un patrón esencial de expresiones y respuestas características del habla nos produce una ilusión de la realidad superior a lo que la propia realidad nos daría. Sus personajes por ello generalmente se definen por su acción y los sucesos, poco frecuente son las explicaciones de intenciones en monólogos largos o cargados de atmósferas subjetivas.
En este sentido, en sus Cartas a un novelista, Mario Vargas Llosa aclara: “En alguna parte, Ernest Hemingway cuenta que, en sus comienzos literarios, se le ocurrió de pronto, en una historia que estaba escribiendo, suprimir el hecho principal: que su protagonista se ahorcaba. Y dice que, de este modo, descubrió un recurso narrativo que utilizaría con frecuencia en sus futuros cuentos y novelas. En efecto, no sería exagerado decir que las mejores historias de Hemingway están llenas de silencios significativos, datos escamoteados por un astuto narrador que se las arregla para que las informaciones que calla sean sin embargo locuaces y azucen la imaginación del lector, de modo que éste tenga que llenar aquellos blancos de la historia con hipótesis y conjeturas de su propia cosecha. Llamemos a este procedimiento ‘el dato escondido’ y digamos rápidamente que, aunque Hemingway le dio un uso personal y múltiple (algunas veces, magistral), estuvo lejos de inventarlo, pues es una técnica vieja como la novela y que aparece en todas las historias clásicas.”
Estas aproximaciones nos aclaran la naturaleza del cuento en Hemingway. La mayor parte de su obra plantea a un héroe enfrentado a la muerte y que cumple una suerte de código de honor; de ahí que sean matones, toreros, boxeadores, soldados, cazadores y otros seres sometidos a presión. Tal vez su obra debe ser comprendida como una especie de romanticismo moderno, que aúna el sentido del honor, la acción, el amor, el escepticismo y la nostalgia como sus vectores principales. Sus relatos inauguran un nuevo tipo de «realismo» que, aunque tiene sus raíces en el cuento norteamericano del siglo XIX, lo transforma hacia una cotidianidad dura y a la vez poética, que influiría en grandes narradores posteriores, como Raymond Carver.
En cuestiones generales sobre el aspecto de estos cuentos de Hemingway, se puede decir: la herida, la ruptura con la sociedad y la norma, cuyos ajustes recíprocos “son el asunto de toda la obra significativa de Hemingway”. Según apuntan los críticos de Hemingway, en sus creaciones se presentan actitudes enfrentadas al destino que se ensaña con aquellos que sabiendo perdida la batalla de la existencia (por ejemplo en “La corta vida feliz de Francis Macomber”, “Las nieves del Kilimanjaro”, “La capital del mundo”, “Campamento indio” y “Los asesinos”) por la inevitabilidad de la muerte, se muestran dignos en la desgracia, opción existencial sin duda impregnada de la idea afirmada por Hemingway en el sentido de que “la mejor preparación para un buen escritor reside en una infancia desgraciada”. Todo proceso literario trata de plasmar, en el acto de su producción creativa, un aspecto individual táctico entendido como la permanente caducidad del ser y un aspecto general ideal entendido como la adquisición efímera de la universalidad del hacer.
En efecto, en aquella pieza maestra del cuento moderno que es “La corta vida feliz de Francis Macomber”, la muerte viene a ser un ente efímero, letal e insospechado. La sugestión del título nos revela un lapso de vida efímero, que puede ser entendido como el período de existencia en sí del personaje principal, su verdadera y propia existencia. ¿Francis muere producto de un accidente o es un asesinato que perpetran contra él? Es una de las respuestas silencio que siempre nos entrega Hemingway. La señora Macomber no soporta la liberación de la cobardía de su marido o es que su infidelidad llega al límite y se convierte en asesina o es que falla simplemente el tiro. La muerte del personaje central es el punto final en este cuento.
Por ello, los aspirantes a escritores o cuentistas serios deberían leer todos los cuentos de Hemingway, como lo hizo este autor a los veinte años, en las clases del novelista y académico Carlos Eduardo Zavaleta, y que le habría de influir notablemente en la escritura de varios relatos de Cuentos del Vraem. De él aprendí, como todos, que las grandes tragedias son las cotidianas y también las que existen más como fantasmas implícitos que realidades visuales.
_________________________________________________________________
Francois Villanueva Paravicino
Escritor peruano (Ayacucho, 1989). Egresado de la Maestría en Escritura Creativa por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Estudió Literatura en la UNMSM. Ha publicado Cuentos del Vraem (2017), El cautivo de blanco (2018), Los bajos mundos (2018), Cementerio prohibido (2019), y Azares dirigidos (2020). Textos suyos aparecen en la antología Recitales “Ese Puerto Existe”, muestra poética 2010-2011 (2013) y en diversas páginas virtuales, revistas, diarios, plaquetas y/o. Ganador del Concurso de Relato y Poesía Para Autopublicar de Colombia (2020). Ganador del I Concurso de Cuento del Grupo Editorial Caja Negra (2019). Finalista del I Concurso Iberoamericano de Relatos BBVA-Casa de América “Los jóvenes cuentan” (2007).

