*Por José Antonio Contreras (escritor peruano radicado en Madrid)
Aunque sé que debe haber una relación entre el fondo y la forma, siempre me he dejado llevar, como muchos, por la historia, mejor dicho, por el fondo. Sé también que de esa relación tácita -fondo y forma-, nacen las buenas obras literarias. Al leer Cementerio Prohibido, encontré en los relatos escritos por Francois Villanueva Paravicino – compatriota de nombre galo, que se lee, en buen francés, como fransua -, esa relación realmente necesaria en un estricto trabajo literario.
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Esta nueva voz se une a las nuevas voces aparecidas en la segunda década del presente siglo, escritores jóvenes que van tras los pasos de Julio Ramón Ribeyro, Alfredo Bryce Echenique, Mario Vargas Llosa, Luis Loayza, Manuel Scorza, Alonso Cueto, Fernando Ampuero, Edgardo Rivera Martínez, Miguel Gutiérrez, Oswaldo Reynoso, Oscar Colchado Lucio, Eduardo González Viaña, Jorge Eduardo Benavides, Santiago Roncagliolo, Raúl Tola, Fernando Iwasaki, Iván Thays, Dante castro o Alfredo Pita, entre otros, quienes levantaron sus trabajos literarios escribiendo sobre las dictaduras, el terrorismo, la injusticia social y sus secuelas en la vida de todos los peruanos.
Aunque este autor escribe a su aire y no pertenece a ningún grupo generacional, como antes se acostumbraba, su disciplina se nota en la forma de tratar los temas, fundiendo la historia con una manera de escribir que trasunta técnicas saturadas. Sus relatos se dejan leer con la esperanza de que el final de la historia sea el final que uno va formándose en la memoria, para el lector primario quizá estos relatos parecieran lugares comunes, espacios de lectura donde ya de antemano conocemos el final, que el final debería terminar como nosotros lo habíamos pensado, pero el autor saca de debajo de la historia, mejor dicho encuentra en la forma, en su forma de escribir, soluciones a esos finales conocidos de historias de ficción que abundan en el mundo, y nos muestra algo diferente a todas nuestras percepciones.
Su forma de escribir, y la argumentación de todo su libro, de este libro, denota una manera que intenta superar los estragos del realismo dominante hasta los años 80 y 90, esta aseveración podría implicar seguramente que coincido con El Verdugo, cuando anuncia que “es la hora de morir. Se acaban las balas y siento la primera mordida. ¡Estoy muerto!” O también que me gusta y hasta me ennoblece la locura encuclillada del pintor Lucrecio Vencedor quien fue vencido por un sueño mortal y premonitorio.
Francois tiene una posición progresista, eso deja notar su falta de compromiso ideológico. Es un hombre joven y rebelde, pero que no conoce los excesos del alcohol o de otros vicios. La globalización lo ha alcanzado y lo ha obligado a comulgar con la revolución digital, además ha vivido en su carne de niño las secuelas del terrorismo de los años 80s, por tanto, no es ajeno a los toques de queda, los asesinatos en pueblos alejados, los coche bomba, los perros colgados en plena avenida Tacna. Una nueva voz que escribe cosas diferentes ha venido a mostrarnos sus aparecidos, démosle una cordial bienvenida.