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Capitán Perú y su defensa del Antiguo Régimen

Beatriz Coya

La imagen es de la pareja de esposos: Beatriz Clara Coya, princesa inca y Martín García Óñez de Loyola, capitán español y gobernador de Chile, sobrino de San Ignacio de Loyola, en 1572 en el Cusco.

¿En qué medida Capitán Perú comete sesgos ideológicos en su narrativa histórica para defender el orden del Antiguo Régimen?

Por Hispanista Andino Liberal

Autor: Marco (Anthropology and Practice). Aprende más sobre mi y estate al tanto de mis publicaciones en Instagram.

En el panorama actual, la divulgación histórica dentro de las redes sociales ha adquirido una nueva relevancia, lo cual considero que es positivo ya que plataformas como YouTube, Facebook, Tik Tok entre otras ofrecen espacios donde narrativas antes relegadas ahora pueden llegar a audiencias masivas. Un caso notable es el de Rafael Aita, Ingeniero Industrial, escritor y divulgador de la historia (no historiador) conocido como Capitán Perú, quien se ha posicionado como defensor de una visión conservadora y pro-católica del pasado peruano. Su enfoque se centra en reivindicar el Antiguo Régimen – anterior a las revoluciones liberales- como un modelo legítimo y superior. Este artículo analiza, desde una perspectiva crítica, en qué medida su narrativa histórica está marcada por sesgos ideológicos y qué implicancias tiene esto para la comprensión pública del pasado.


El Antiguo Régimen como ideal

Capitán Perú propone una interpretación del Virreinato del Perú que se articula claramente con los valores del Antiguo Régimen: orden jerárquico, unidad religiosa cuyo centro es lo católico y centralidad monárquica. Su discurso está influido por un marco valorativo que asocia la estabilidad y la armonía social con la autoridad real absolutista, el catolicismo  y la negación de los principios liberales modernos. Aunque no recurre a la falsificación de hechos, al contrario ha sacado datos que antes estaban escondidos, por decirlo de algún modo, su estilo se apoya en la omisión estratégica de elementos disonantes: minimiza la explotación, la ausencia de ciudadanía plena, o el carácter excluyente de la cultura virreinal. Así, su narrativa selecciona hechos que refuercen la idea de que el Virreinato del Perú fue un modelo de orden y civilización superior frente al caos republicano posterior.


El sesgo conservador y el mito del orden perdido

Este tipo de discurso no es nuevo. En la tradición hispanoamericana, los sectores conservadores han recurrido con frecuencia a la idealización del Virreinato como una “edad de oro” truncada por el liberalismo y la modernidad. Capitán Perú repite esta estructura narrativa, dotándola de una estética moderna, pero conservando su núcleo ideológico: la nostalgia por una sociedad jerárquica, católica y orgánica.

El problema no radica en tener una postura ideológica —algo inevitable—, sino en presentar su visión como si fuera neutral. El sesgo se manifiesta cuando se invisibilizan otras experiencias históricas: los movimientos sociales que cuestionaron el orden del Antiguo Régimen en América y Europa.

¿Qué está en juego?

Más que una disputa académica, el caso de Capitán Perú ilustra un fenómeno más amplio: la batalla por el sentido del pasado en las redes sociales. Su éxito revela que hay una audiencia dispuesta a abrazar narrativas que ofrecen seguridad identitaria y orgullo patrio, aunque sea a costa de la complejidad histórica, y es que hay datos para avalar todo, si uno quiere avalar que el Virreinato del Perú fue centro económico y médula vertebral en América del Sur, los hay. Si quieres avalar que al lado de este hecho, se dieron movimientos sociales que contradicen la idea de un virreinato justo, también los hay. Frente a esto, es necesario promover una divulgación que combine rigor histórico, sensibilidad crítica y apertura plural, cosa que Capitán Perú hace parcialmente.

Conclusión

Capitán Perú, como figura mediática, contribuye a reintroducir en el debate público una visión idealizada del Antiguo Régimen. Aunque logra estimular el interés por la historia, lo hace a través de un sesgo ideológico que distorsiona la comprensión crítica del pasado. La historia no puede ser reducida a propaganda, ni usada como consuelo ante las frustraciones del presente. Necesitamos narrativas que, sin renunciar al legado hispánico, abracen también la pluralidad, la autocrítica y la memoria de todos los sectores sociales, no solo de la nobleza indígena.