
Escribe: Urbano Muñoz
El escritor y catedrático Urbano Muñoz Ruiz analiza y elogia el último poemario del joven artista ayacuchano.
Autor: Marco (Anthropology and Practice). Aprende más sobre mi y estate al tanto de mis publicaciones en Instagram.
En el actual contexto mundial, en que todo parece oscurecerse dramáticamente mientras retrocede la humanidad hacia el fuego del averno o la destrucción, el poeta se rebela, asume su mayor desafío existencial y se ratifica en su condición de creador nato. Este es el tópico principal del poemario Cantera de fuego (Lima: Ed. Remo, 2025), del escritor ayacuchano Francois Villanueva Paravicino.
El libro se divide en seis secciones, cada una integrada por cinco poemas. Estos contienen versos que tienden a ser de arte mayor (con más de nueve sílabas métricas), de números pares y con rimas asonantadas, por lo cual tienen sonoridad agradable.
Las secciones corresponden a las estaciones que recorre Francois Villanueva en su desplazamiento creacional. El título del poemario (Cantera de fuego) y los títulos de las secciones (Área de explotación, Talud, Máquina de carga, Caminos y vías de acceso, Planta de trituración, Instalaciones auxiliares) indican que se trata de un periplo donde se metaforiza el proceso de creación poética a la manera de una extracción mineralógica y su consecuente procesamiento y uso.
En ese afán, el poeta evoca las representaciones clásicas del pensamiento occidental —bajo la forma de mitos y personajes mitológicos de corte griego antiguo y judeocristiano— sobre el origen del mundo y de la vida, pero también sobre el devenir de la civilización humana, un devenir que oscila entre las fuerzas contrapuestas de la voluntad y la fatalidad —recuérdese la tesis del escritor francés André Malraux en su famosa novela La condición humana—.
Así, en el libro de Francois encontramos estos versos: “Los rebeldes luchan por romper sus cadenas, / mientras los buitres les comen las vísceras, / les vacían los ojos y les golpean las piernas, / y solo gritan contra el sol que los incinera, / los mata de sed y les recuerda que nunca / deben mirarlo de frente, como se mira a un par, / un igual que los saluda con un abrazo fraterno”.
Las referencias a los mitos y mitologías de tal corte son exquisitas, mostrando el amplio conocimiento que tiene el poeta ayacuchano sobre el pensamiento clásico occidental.
El despliegue del estro poético de Francois se da en dos direcciones: por un lado, como una revisión de lo que ha sido la historia de los sentimientos del hombre, un ser que, inconforme con la oscuridad reinante y deseoso de aspirar a aquello solo destinado a los dioses, se rebela contra estos y es punido de la forma más cruel (el mito de Prometeo); por otro, como un testimonio de la propia peripecia creacional del poeta en su búsqueda de la voz estética genuina, que logre capturar las cosas más bellas —que son también las más fugaces— y hacerlas eternas.
El poema “La rosa” —que nos recuerda el motivo poético esencial del inolvidable Martín Adán— contiene una representación de lo que busca Francois como amante de la poesía:
“El pulcro candor de una rosa desnuda/ ilumina con el fuego de su belleza nívea/ a los insectos que beben de su néctar / como si fueran pequeños arcángeles/ comiendo de la mano del Todopoderoso./ Si los cielos desaparecieron en los infiernos,/ si la sonrisa se dibuja en un rostro desdichado,/ si la lluvia canta en los oídos de un felino,/ si el aroma del bosque embelesa al cervatillo,/ solo el poeta, enamorado, le canta a la rosa, la diosa./ Solo un bárbaro podría lastimar a la rosa,/ la arrancaría sin dolor desde las raíces,/ con furia, con los dientes rechinando,/ arrugando un semblante de ogro furioso,/ y tal vez el poeta, enamorado, la lloraría desolado./ Es tan delicada como el cristal más fino,/ hermosa como un ser etéreo, ajena al mundo,/ que ha inspirado a los mejores cantores/ que la loan con la pleitesía con que reverencian/ a un dios que, soberbio, ama a la rosa en secreto./ El poeta sueña con la lluvia de pétalos/ de millones de rosas que embellecerán/ los horizontes donde se trazan los sueños/ de las doncellas que anhelan igualar la belleza/ de su amor, su pureza, su nobleza y su gratitud./ No soy el poeta, no, solo amo la rosa,/ y aunque me avergüenza decir que la amo,/ ahora que el universo la amenaza de muerte,/ es deber defenderla con la vida, con la pasión/ con que se desea al ser más querido de la tierra.”
El texto expuesto muestra la calidad de la poesía de Francois. Una poesía bien trabajada, eufónica y con resabios clásicos, que ya habíamos notado en su primer libro de poemas El cautivo de blanco (2018) y, también, en Los placeres del silencio (2023), donde se celebran el goce estético.
En el caso de Cantera de fuego, hay un rasgo distintivo notable: aquí la poesía de Francois exuda un fuerte tono existencial. Ya no se trata solamente del lírico canto al amor y a la belleza, sino es la exaltación de la condición de rebelde que debe tener todo poeta frente a lo que amenaza a la belleza y a todo lo sublime que representa la vida. Lo cual llama la atención, precisamente en estos días de junio del año 2025, cuando la humanidad entera está pendiente de las guerras que se desarrollan en Euroasia con visos a desencadenar una hecatombe nuclear.
El poeta debe, pues, rebelarse contra los bárbaros que odian el sentido de lo clásico, de lo valioso eterno y contra los cretinos con poder que se disparan contra sí mismos creyendo disparar contra “los otros” que no piensan como ellos.
Pero principalmente debe rebelarse contra la voracidad del tiempo que todo lo destruye, aunque también todo lo cura, como bien lo precisa Francois en este su magnífico periplo, que como todo periplo poético es una aventura del conocimiento y resulta siendo un potente manifiesto a favor de la belleza y de la vida para conjurar el caos, la oscuridad y la incertidumbre que dominan el tiempo presente.

